Josep Piqué • ABC • 29 de septiembre de 2022

En defensa de la democracia liberal

EL Foro La Toja-Vínculo Atlántico, que se celebra en la Illa da Toxa, en Galicia, ha llegado ya a su IV edición. Para los organizadores y para Grupo Hotuso, cuyo presidente, Amancio López, ha sido el alma del evento, es muy satisfactorio ver su consolidación como un foro de debate y reflexión de referencia, en momentos de confusión, incertidumbre y, por qué no decirlo, de profunda inquietud. El Foro nació como ámbito para apoyar ideas y propiciar consensos en defensa de los valores atlánticos y occidentales, hoy amenazados tanto desde fuera como desde el seno de nuestras propias sociedades. Lo hacemos desde la profunda convicción de que la convivencia y la cohesión sociales son mucho más sólidas si descansan sobre una auténtica democracia –la liberal y representativa-, la economía social de libre mercado e iniciativa privada, una sociedad libre y abierta, y un orden internacional liberal, basado en la cooperación, el multilateralismo, el respeto al derecho internacional y a los derechos humanos, y la renuncia al uso unilateral de la fuerza para conseguir objetivos geopolíticos. Las democracias plenas coinciden en la primacía de esos valores, aunque no siempre pertenezcan al Atlántico geográfico. Se ubican en Norteamérica y en buena parte de América Latina, en Europa, pero también en el Pacífico, como en Japón, Corea, Australia o Nueva Zelanda. Ciertamente, la aspiración democrática y de libertades individuales frente a posibles arbitrariedades o abusos de los poderes públicos es universal y así se refleja en el resto del planeta, desde África a Asia, con instituciones y sistemas democráticos imperfectos, pero que responden al supremo deseo de la libertad. Pero también es muy cierto que muchos poderes en el mundo no sólo no lo comparten, sino que pretenden erosionar la confianza en nosotros mismos, con el argumento de deficiencias – que existen-, hipocresías –que también-, y de la superioridad en la práctica para resolver más eficazmente los problemas de la ciudadanía, al disponer de mayor poder ejecutivo. Por ello, tenemos que esforzarnos en contrarrestar esa voluntad de acabar con la democracia liberal y sustituirla por poderes iliberales y autoritarios que, por definición, tienen vocación totalitaria y represiva de cualquier atisbo de crítica al poder. Creemos en la superioridad de nuevos valores como los mejores para los derechos, la dignidad y las libertades de las personas. Su potencia se refleja en el empeño de los regímenes autoritarios en reclamarse como democráticos, escudándose en remedos electorales y en pluralidades aparentes pero inexistentes. La fuerza de la idea democrática es imbatible en el debate público. Pero para ello tenemos que ser coherentes y también conscientes de que la democracia liberal debe tener como objetivo fundamental para mejorar las condiciones de vida en nuestras sociedades, garantizando su cohesión y su adhesión a un “contrato social” mutuamente compartido. La lucha contra desigualdades excesivas en oportunidades y expectativas de mejora social e individual debe ser una clara prioridad para que la sociedad mantenga su compromiso con las instituciones y usos democráticos. Y recordar permanentemente que la libertad y la solidaridad tienen su inevitable complemento en el ejercicio de la responsabilidad. La democracia debe ser sinónimo de esfuerzo, aspiración a la excelencia en los comportamientos y en los conocimientos, y rigor y compromiso en su ejercicio. Por eso es relativamente fácil introducir discursos que relajan esas exigencias a través de su delegación en el poder político. Ofrecer soluciones simples a problemas complejos puede tranquilizar a corto plazo, pero todos sabemos que no hay respuestas sencillas en sociedades complejas y plurales. Otra cosa es que sea cómodo pensar lo contrario. Una pretendida comodidad que lleva a la sumisión y la pérdida de dignidad. Las amenazas externas son manifiestas: la agresión criminal de Rusia a Ucrania o las coacciones de China a su entorno son buenas muestras. No pretenden únicamente consolidar sus modelos, sino que acaben imponiéndose en todas partes, incluyendo el uso abusivo de la fuerza militar, pero también tácticas de “guerra híbrida en zona gris”, desinformando, amedrentando, intoxicando y desestabilizando las auténticas democracias. El peligro se acrecienta cuando esa ofensiva consigue complicidades internas en nuestro propio seno. El asalto al Capitolio, o los populismos crecientes de ambos signos que comparten su rechazo a la democracia liberal y su desprecio a la división de poderes, la independencia de la Justicia o la libertad de prensa y de expresión, son ejemplos desgraciadamente demasiado presentes no ya en buena parte del planeta sino en la propia Europa. Ambos –poderes externos e internos- se complementan y autoalimentan. La ofensiva es en toda regla. Por ello, reafirmarnos en nuestras convicciones, esforzándonos en nuestra capacidad de disuasión contra nuestros adversarios y mejorando el comportamiento, el prestigio y la imagen de nuestras instituciones para dar respuestas adecuadas a las preocupaciones de los ciudadanos y no rehuir el debate de las ideas es imprescindible. Porque no es cierto que las democracias son más ineficaces que las dictaduras. La ausencia de libertades y contrapesos en estas últimas lleva a decisiones terriblemente perjudiciales para bien común y el interés general. Desde la invasión fallida de Ucrania al creciente deterioro de la economía china por sus errores estratégicos ligados a una ideología totalitaria, la historia está llena de muestras de ello. Por todo ello, la defensa de las libertades individuales, la libre iniciativa privada, la sociedad abierta o un orden internacional que busque la paz debe ser permanente y perseverante. Libertades ejercidas desde la responsabilidad, la solidaridad y la igualdad de oportunidades y expectativas de mejora, pero también desde la coherencia, el rigor y el rechazo a respuestas simples que focalizan nuestros males en un hipotético enemigo exterior al que hay que eliminar. Algo profundamente tóxico que nos lleva al autoritarismo y a la discriminación incompatible con la dignidad de las personas. La Ilustración nos trajo la razón y la ciencia como requisitos para el progreso, frente a la explotación malsana de sentimientos y creencias. Y su espíritu debe ser nuestra guía en momentos de enormes turbulencias, incertidumbres y temores. El campo para el consenso básico en estos principios es muy amplio, desde posiciones liberales, conservadoras, centristas o socialdemócratas. La aceptación compartida de las reglas del juego es absolutamente compatible con la legítima aspiración de la alternancia política. Lo que no podemos permitir es que quieran cambiarse esas reglas desde la falsedad, la imposición y la explotación inmoral de los sentimientos frente a la razón. Todos los que compartimos esa visión, tenemos un campo de reflexión y profundización en A Toxa. El Foro pretende contribuir a esa imprescindible defensa de la democracia liberal y de los valores que la sustentan.

Imagen: Nieto