03-03-2019
Josep Piqué • La Vanguardia • 3 de marzo de 2019

Josep Piqué: “La pugna mundial hoy es quién domina el 5G y China lleva ventaja”

Exministro de Asuntos Exteriores, Industria y Ciencia y Tecnología, Josep Piqué (Vilanova i la Geltrú, 1955) es economista y tanto en su carrera política como en la posterior como empresario, donde hoy se desempeña, se ha especializado en las relaciones internacionales. Durante la jornada Retos de Vanguardia: un mundo impredecible, organizada por el Grupo Godó y el Iese, habló largamente del desplazamiento del eje del mundo hacia Oriente. Más que una tesis, una nueva cartografía del planeta que recoge en su libro El mundo que nos viene (Deusto), publicado el pasado otoño. Piqué forma parte del grupo asesor del Grupo Godó en Madrid.

Afirma que el estrecho de Malaca es el nuevo centro del mundo. ¿Puede explicarlo?

Como siempre, para explicar un episodio histórico, se puede buscar un elemento convencional pero que resulte ilustrativo para reflejar aquello que se quiere transmitir. Hace muchos años que dije que el centro del mundo se había desplazado al Estrecho de Malaca, por una razón simple: es donde se unen el océano Pacífico y el Índico. Por el peso económico, demográfico y de intercambios comerciales, el centro del mundo cada vez más se situará en la región indopacífica. Es un concepto ya habitual en geopolítica. Y es bueno que hagamos el esfuerzo para darnos cuenta de cómo debemos contemplar el mundo. Estamos acostumbrados a mirarlo con el eje del meridiano de Greenwich, con Europa Occidental en el centro, y eso que hace cien años que dejó de existir y ya en el siglo XX, el centro del mundo se desplazó a Estados Unidos. Pero es conveniente considerar esa imagen: ellos no están en el Lejano Oriente, sino que nosotros somos Lejano Occidente, el far west. Y el estrecho de Malaca es una perspectiva muy útil para entenderlo.

Hubo quien vaticinó el fin de la historia, tras la caída del bloque soviético y también el fin de la geografía, porque las nuevas tecnologías convertían la tierra en plana (eliminando los obstáculos) ¿Podemos decir que hoy vuelven la geografía y la historia?

La geografía siempre está, y la historia siempre vuelve. Mark Twain decía que la historia no se repite, pero rima. Sin esos dos conceptos, historia y geografía, es imposible enfocar la política exterior o la geopolítica. Es cierto que requieren matices. La historia no siempre se repite, aunque rime, y con la pugna por el poder en el ciberespepacio, la geografía pierde importancia, pero sigue siendo cierto que el control de las rutas, las áreas de influencia y la proyección exterior de las grandes potencias tienen mucha importancia. Quien quiera entender un escenario así tiene que mirar muchos mapas y leer libros de historia.

¿Vivimos la resurrección de lo que se llamaba “el espacio vital” de los países?

No deja de ser una paradoja que en el mundo globalizado volvamos a conceptos, no ya superados, sino ominosos, como “espacio vital” que es la visión que tenía la Alemania nazi de Europa. Me gusta más hablar de áreas de influencia. El ejemplo de Rusia es paradigmático. Rusia siempre ha estado marcada por una obsesión por su seguridad, y siempre ha querido desplazar sus fronteras cuanto más lejos mejor de Moscú o San Petersburgo. Catalina la Grande decía que “la mejor forma de defender las fronteras de Rusia es expandiéndolas”. Es irónico que la plasmación del sueño del imperio ruso haya sido la URSS. Y sigue siendo así porque cualquier movimiento en contra de esa política es casus belli para Rusia, y lo vemos en Georgia, en el Cáucaso o en Oriente Medio. En ese sentido, en Venezuela también está en disputa un área de influencia.

En una reciente biografía de Mijaíl Gorbachov, William Taubman rememora que la descomposición soviética empezó por las repúblicas bálticas, y que la URSS aceptó la reunificación alemana a cambio de ayuda; ayuda que Occidente acabó negando. Una humillación.

Es una pregunta clave. La desintegración de la URSS en realidad comenzó antes de las repúblicas bálticas… En Azerbayán.

Eso es, en Azerbayán, y eso ha llevado a algunos analistas a decir que el hundimiento de la URSS se debe más a las tensiones nacionalistas que al fracaso económico. Los rusos siempre han dicho que hubo un compromiso de Occidente, que la aceptación de la reunificación alemana debía darles seguridad respecto a la OTAN. Occidente lo ha negado siempre, pero ha abordado la cuestión de Rusia sin tener suficientemente en cuenta esa obsesión histórica de Rusia con sus fronteras. Quizá lo más inteligente habría sido avanzar por las áreas de libre comercio y contener a la OTAN, cuya expansión hasta Rusia sí ha sido percibida en Moscú como una agresión. Como en Ucrania Bielorrusia.

Ucrania es la pieza clave. Incluso en los momentos álgidos de la UE, siempre ha habido tensión en Rusia en torno a las aguas calientes: Rusia ha tenido serios obstáculos porque no podía acceder a rutas marítimas para el comercio sin pasar por estrechos que no controla, al Mediterráneo, por el Bósforo... Pero ahora se abre un escenario distinto por el deshielo del Océano Ártico. Podemos asistir a un cambio drástico de lo que hablamos, porque por el Ártico, Rusia puede acceder a todo el mundo sin tener que hacerlo a través de pasos bajo control occidental. En los años 70 Rusia y China vieron rota su convergencia y Estados Unidos lo aprovechó para acercarse a China. ¿Podemos estar viviendo hoy la estrategia Nixon pero al revés, con un acercamiento táctico de Estados Unidos a Rusia para aislar a China?

Cuando se produce ese episodio de la visita de Nixon a China para hablar con Mao, se aprovecha una clarísima tensión que llegó incluso al enfrentamiento militar en la frontera de Siberia. Eso sucedía entonces y sigue vigente ahora. Rusia y China tienen una alianza estrecha, militar y energética, basada en un objetivo común: debilitar el orden liberal internacional. Pero también tienen intereses contradictorios, en la disputa por ejemplo de los actuales tanes [Kazajstan, Kirgystán, Uzbekistán, Afganistán, Turkmenistán y Tayikistán], donde otro actor que también juega es Turquía. En algún momento veremos de nuevo tensiones, sobre todo en Siberia Oriental, donde hay un desequilibrio demográfico clamoroso. Podríamos pensar que una intuición de Donald Trump, y digo “intuición” porque es difícil identificar un cuerpo doctrinal, es que el principal adversario estratégico no es Rusia, sino China. Y en eso hay parte de verdad, y le interesa un acercamiento a Rusia para contener a los chinos. Está por ver si es un pretexto para intentar desviar la atención de las connivencias rusas en su campaña electoral. Yo no estoy seguro de que responda a una estrategia. Pero la reflexión sigue siendo válida en cualquier caso. ¿En qué medida cree que con la República Popular China se ha roto un dogma liberal que ha marcado a generaciones enteras de occidentales, un dogma que vinculaba la expansión del libre mercado con la exigencia de libertades políticas y que fijaba que la economía planificada está condenada al fracaso?

Bueno, China no es una economía planificada sino un capitalismo de Estado. Es el funcionamiento del mercado con un control absoluto de los poderes públicos. Siempre se había pensado que el desarrollo de una economía de mercado que generase bienestar y clases medias iba ligado a la reivindicación de democracia y libertad. Esa es, por ejemplo, nuestra propia experiencia o la de los antiguos países satélites de la URSS, pero probablemente no es válida cuando la intentamos aplicar a sociedades orientales que no han pasado por la Ilustración y en las que el concepto de armonía social está por encima de la exigencia de libertad. Es obvio que China está desmintiendo eso, y vemos que el espectacular crecimiento económico y de las clases medias no ha operado así, sino que ha provocado un reforzamiento del régimen. China ha puesto en pie un nuevo contrato social con los ciudadanos: los poderes públicos garantizan la prosperidad y el bienestar, y la devolución de la autoestima del pueblo chino, y a cambio no se toca el sistema político. Queda también desmentido el tópico de China como gran fábrica sin acceso a la sofisticación.

Digamos que la guerra comercial es la espuma de la cerveza. La pugna verdadera es quién domina la tecnología y quien domina el 5G. Porque, vinculado a él, están el internet de las cosas, la inteligencia artificial, las claves de la nueva movilidad… Y ahí China ha desarrollado un plan estratégico de muy largo plazo muy consistente, que ha descansado en la generación de capital humano de muy alta formación, y ya disputa seriamente la hegemonía de Estados Unidos en las telecos. Las anteriores G tenían como protagonista a compañías europeas como Nokia o Siemmens. No ha sido así con el 4G, que tuvo a Samsung, coreana, y Apple, estadounidense, como protagonistas. Hoy, de las cinco grandes compañías dos son chinas. Y Huawei, la primera empresa china, vende más terminales que Apple y se está acercando a Samsung. Lo que está consiguiendo China es desarrollar la industria sofisticada y la fabricación se ha desplazado a India y el sudeste asiático. China es una potencia tecnológica, y lo acabamos de ver en la cara oculta de la luna. El caso del conflicto de Huawei hay que situarlo en esta lucha. Es la lucha por las máquinas de vapor.

Sí, claramente. Hay que considerar, por ejemplo, que hoy el desarrollo del coche eléctrico está más protagonizado por China que por Europa.

¿Puede haber un combate por la segmentación del ciberespacio, que creíamos que sería global?

Ese debate está: persiste la capacidad del poder político para compartimentar el mundo digital. En el interés de China está compartimentar ese espacio, eso es indudable, pero quieren hacerlo siendo impermeables a lo de afuera, pero a la vez siendo permeables para proyectarse hacia el exterior. Yo creo que, como dice el adagio, no se le pueden poner puertas al campo.

¿Y qué papel desempeña Europa en este contexto?

En Europa tenemos algunas fortalezas en esta cuarta Revolución Industrial, como nuestras redes de banda ancha, por ejemplo, pero si observamos los rankings de productores de los dispositivos móviles estamos perdiendo el combate. Eso va en paralelo a la progresiva irrelevancia geoestratégica de Europa. No deja de ser triste para cualquier europeísta que, teniendo más condiciones objetivas que Rusia para operar en el marco mundial (el PIB, el peso demográfico, la estructura productiva, la complejidad flujos comerciales…), nos falten dos cosas…

Armas nucleares…

Eso es, potencia militar. Y la otra es la ambición y la osadía, dos cualidades que le sobran a Rusia. Por eso, el problema de UE es estrictamente político: necesitamos un proceso de integración política que no se base en la dominación ni en el uso de la fuerza sino en la colaboración. Los Habsburgo, Napoleón, Hitler…, la integración política europea siempre se había desarrollado sobre la base de la dominación, de ahí la perenne acción de la diplomacia británica, que siempre se ha preocupado de contener una hegemonía clara en Europa que pudiera invadir las islas. Y las dificultades para esa integración sin dominación es lo que está quebrando la igualdad y la solidaridad. Lo último ha sido la imposibilidad de levantar una política migratoria común. Europa puede ser un área de comercio y circulación de mercancías, pero si perdemos Schengen, si perdemos la libre circulación de personas, deja de ser un proyecto político.

¿Qué cree que puede ocurrir en las elecciones europeas de mayo?

Puede suceder que por primera vez que no haya una mayoría nítida que garantice que no haya minorías de bloqueo. Que haya eurófobos y euroescépticos que pueda bloquear la integración. Las elecciones son muy importantes. Es condición necesaria que salgan bien, pero no es condición suficiente porque los dos motores, Francia y Alemania, necesitan recuperar su pulso político, que hoy les impide plantear ideas que puedan ser asumidas por el resto.

¿Francia tiene capacidad de reacción?

Hay un tópico que dice que Francia quiere pero no puede y Alemania puede pero no quiere. Francia querría hoy, pero no puede por sí sola. Siempre ha necesitado actuar en conjunción con Alemania, que hoy está en una posición política muy débil por la fase terminal del mandato de Merkel. Sin iniciativa ni voluntad, porque los asuntos de integración europea le generan problemas internos. Francia parecía que podía asumir esa capacidad tractora, arrastrando a Alemania y a otros, pero la propia crisis de la democracia representativa en Occidente se está reflejando también en Francia: El movimiento de Macron nace de manera coyuntural y se basa en la desaparición de los dos grandes partidos convencionales que habían dirigido la política francesa durante décadas. En el proyecto de Macron hay un déficit de consolidación real, que se refleja en un cuestionamiento permanente de las instituciones, a pesar del resultado electoral. Y lo vemos en los chalecos amarillos. Hoy los resultados electorales son efímeros, como dice Moisés Naím, cada vez es más fácil acceder al poder y más fácil perderlo.

En este cuadro, con Alemania con dependencias y debilidades, la Liga hanseática advirtiendo del proceso de integración, los nacionalismos del grupo de Visegrado, e Italia en el euroescepticismo, ¿España podría tener un papel relevante?

Más allá de Francia y Alemania, estamos viendo cómo a los países escépticos, los nórdicos, se les han añadidos países que han dejado de ser europeístas, como Países Bajos, Austria… El grupo de Visegrado más Eslovenia viven una situación histórica comprensible, pues han visto históricamente su soberanía tan limitada que al recuperarla no tienen voluntad de cederla. Y esto ha creado situaciones muy preocupantes en Polonia y en Hungría. Grecia está ensimismada, Italia tiene un gobierno no europeísta y estoy convencido de que en mayo la Liga Norte de Salvini va a ser el partido más votado. Luego está el Brexit... Desde una perspectiva objetiva, si el Reino Unido culmina el Brexit, si Italia se ha ido del núcleo dirigente, el único país importante dentro de la UE que queda para complementar y coadyuvar al impulso del eje francoalemán es España. Y debería aprovechar esta oportunidad con una actitud mucho más proactiva y propositiva, pero para ello hace falta superar la debilidad, con un gobierno fuerte y con consensos en temas claves. Y eso no se ve.

¿Cree que habrá un segundo referéndum británico?

Estamos ante unas cuantas constataciones. Vemos que no se pueden tomar decisiones políticas sin prever las consecuencias. A veces pienso que la flema británica es hoy tan difícil de identificar como en seny catalán. Hubo una mayoría de británicos que votó el Brexit y eso ha creado muchas fracturas: por una parte, dos reinos votan el Brexit y dos no. En la propia Inglaterra hay una fractura clara entre las áreas metropolitanas y la rural. Y también vemos una fractura generacional. Eso es muy difícil de gestionar, y explica el caos del parlamento británico: Hay una mayoría contra el Brexit duro, también la hay en contra del acuerdo firmado por Theresa May, y hasta ahora hay una mayoría que no quiere elecciones. Hay claras mayorías que saben lo que no se quiere, pero no saben qué quieren. Por eso creo que es inevitable la extensión del plazo. Ahora bien, el segundo referéndum solo es posible tras otra convocatoria electoral y tiene que ser un referéndum distinto. La pregunta tiene que ser diferente, por ejemplo: “¿Quiere usted una salida sin acuerdo o nos quedamos en la UE?

¿Y el papel de América Latina en este cuadro? Tras el 11-S, la acción exterior estadounidense se desvió a Oriente Medio y pareció desentenderse de América, momento en que, por coincidencia o no, las grandes empresas españolas desplazaron a las norteamericanas en América Latina, en banca, comunicaciones, energía… Este giro de Donald Trump, que vemos en el caso venezolano, ¿puede tener consecuencias para los intereses españoles?

Para Estados Unidos siempre ha imperado la doctrina Monroe, que significaba por una parte, “europeos, sacad vuestras sucias manos de aquí”, y por otra, “cualquier cosa que pase en América Latina, me concierne”. Esa aproximación es la que tiene China para Asia: “Norteamericanos, sacad las manos del continente”, y “cualquier cosa que ocurre en Asia me concierne”. Y eso lo vamos a ver reflejado en el mar del Sur de la China, con incidentes con los portaaviones norteamericanos. Durante muchos años, Estados Unidos en América Latina practicó el intervencionismo, incluso con golpes de estado, pero también la diplomacia, como los intentos de Kennedy con la Alianza para el Progreso, que quería basar la relación con América Latina en la cooperación y el respeto. Incluso Bush hijo empezó su presidencia con Latinoamérica como prioridad. Hasta el 11S, que cambia el foco. La concepción del Trump no tiene un componente geopolítico doctrinalmente elaborado, aunque creo que en las actuales circunstancias de Venezuela, ese componente también tiene que ver con la relación con Rusia y China. Sí, vivimos una vuelta a la doctrina Monroe por parte de Estados Unidos y eso puede afectar al posicionamiento español, aunque en principio no tiene por qué. Otra cosa es que hay un debate más amplio: la gran mayoría de América Latina ha abrazado los valores occidentales, pero vivimos un momento en que el vínculo atlántico está debilitado, y por eso el reforzamiento de la relación Unión Europea-América Latina se ha vuelto imprescindible. Y ahí puede estar España. Hay que hacer lo posible para que ese vínculo atlántico no se debilite más. Lo que nos interesa a todos es que América Latina comparta convicciones geopolíticas y de valores con Europa. El papel de España va más allá del tópico habitual. El vínculo con el mundo de América Latina durante mucho tiempo estaba poco fundamentado, más allá de la cultura, pero hoy sí tiene un componente económico y político bilateral y hay que hacer todo lo posible por mantenerlo.

Todos estos acontecimientos internacionales son el telón de fondo de lo que ha ocurrido en Catalunya.

En el caso catalán, alguien ha mirado los mapas mal y ha leído la historia mal. Todo lo que contribuya a debilitar la UE como proyecto o los Estados nación que la conforman es algo que beneficia las aspiraciones de Rusia y de los que no comparten el orden liberal internacional. No ha habido una reflexión sobre lo que eso podía implicar desde la perspectiva de los que defienden la independencia. No es casualidad que la declaración de independencia no haya merecido el menor respaldo internacional. No interesa a Estados Unidos, no interesa a la Unión Europea, ni puede haber apoyo explícito de potencias que sí podrían estar interesada pero no lo puede explicitar, porque tiene tensiones nacionalistas internas, como Rusia.

¿Esa correlación de fuerzas internacional podría ayudar a desbloquear la situación en Catalunya?

Deberíamos todos extraer consecuencias de la reacción internacional. Hay una dificultad extrema y una imposibilidad de hacer planteamientos que vengan a complicar las cosas todavía más. En política siempre es importante no perder el sentido de la realidad ni caer en las fabulaciones. Cuando eso se comprenda, habremos dado un paso en la buena dirección. Creo en la permanencia y en el compromiso de todos con el proyecto de la UE, y aunque sea una frase manida, yo creo en la máxima orteguiana: si España es el problema, Europa es la solución. El debate interno en España sobre Catalunya está ligado al debate que deberíamos tener respecto a UE, que es respecto a la vigencia y continuidad de los valores occidentales, a regímenes basados en la democracia representativa y en sociedades abiertas.

Hace poco, el hijo del filósofo Gustavo Bueno decía que hay que combatir a Ortega, que España debe mirar a América y olvidar a Europa.

Lo he leído: es una frase llamativa, extemporánea y excéntrica. Contraponer conceptos como UE y América Latina es absurdo. España puede tener una relación estrecha con el mundo latinoamericano, pero contraponer eso a la pertenencia a Europa es absurdo. Juega contra lo que él mismo opina de España porque debilitar la idea de Europa es debilitar la idea de España. Hay que recordar que los europeos aceptaron a España como uno más cuando recuperó la libertad, porque sienten que los españoles somos europeos. Ese sentimiento de compartir identidad no se percibe desde América Latina. Hay una frase del escritor mexicano Jorge Volpi que lo explica muy bien: “Yo me enteré de que era latinoamericano cuando vino a España”.