Putin y la bola de cristal
La muy conocida cita de Churchill sobre Rusia, diciendo que «es un acertijo, envuelto en un misterio dentro de un enigma» refleja la dificultad de interpretar correctamente las actuaciones y las reacciones de ese país a lo largo de la historia. La frase es de 1939, recién iniciada la Segunda Guerra Mundial y poco después de que, en virtud del Pacto Molotov-Von Ribbentrop, la Unión Soviética invadiera Polonia y se la repartiera con la Alemania de Hitler. Un Pacto «contra natura» entre nazis y comunistas que desconcertó a todos.
La segunda parte de la frase de Churchill es menos conocida pero no menos lúcida: «quizás la clave esté en el interés nacional de Rusia». Dicho de otro modo, las controversias ideológicas cedían ante el nacionalismo secular del Imperio Ruso con los Zares y que, paradójicamente, tiene su máxima expresión con la Unión Soviética.
Los bolcheviques, para afianzar su toma del poder después de la Revolución de Octubre, firmaron con la Alemania imperial del Káiser, la Paz de Brest-Litovsk, cediendo cualquier pretensión sobre, entre otros territorios, las naciones bálticas, Finlandia, Polonia y Ucrania. Fueron cesiones forzadas por la necesidad, pero que los soviéticos pensaban revertir cuando el momento fuera oportuno.
Así fue. Y todo ello culminó con la división de Europa después de la II Guerra Mundial y el reparto de zonas de influencia decidido en Yalta. Rusia alcanzaba su sueño histórico: controlar decisivamente el Báltico y el Mar Negro, el Cáucaso y Asia Central, someter a su influencia buena parte de Europa central y oriental, incluyendo buena parte de Alemania y hacer realidad su aspiración a unificar, bajo control soviético, la «gran Rusia eslava», junto a Ucrania y a Bielorrusia.
La derrota en la Guerra Fría y la implosión de la Unión Soviética implicó el desvanecimiento de ese sueño imperial atávico. Putin se ha autoasignado el papel de restaurador del mismo. Así, recupera su influencia en el Cáucaso, con el ataque a Georgia en 2008 y su alianza con Armenia y -en competencia con Turquía, Azerbaiyán-, en Asia Central (como lo muestra la intervención militar reciente en Kazajistán) y, ahora, en la llamada Gran Rusia, con la subordinación de Bielorrusia y la invasión de Ucrania.
La gran pregunta (similar a la que en su día las potencias europeas aliadas se hacían en relación con las aspiraciones territoriales de Hitler) es dónde va a parar la ambición de Putin. Y si Occidente asume que, con Ucrania bajo control y/o neutralizada, tendrá suficiente (en el espíritu de los Acuerdos de Munich de 1938) o muestra una clara firmeza para evitar que vaya más allá.
De hecho, Putin ha demostrado que no le arredran las sanciones -duras y dolorosas por otra parte- pero ineficaces a la hora de contener el revisionismo de Rusia y su voluntad de volver a la situación previa a la Caída del Muro de Berlín. Y puede tener sin duda la tentación de proseguir en el uso de la fuerza militar para avanzar en ese su auténtico objetivo.
No sabemos aún cómo puede acabar la intervención en Ucrania. Si nos atrevemos a hacer un pronóstico, lo más probable es que Rusia se anexione no sólo la totalidad del Donbás y toda la franja costera, tanto en el mar de Azov como en el Mar Negro, conectando Rusia continental con Crimea y con Trasnistria, cegando el paso al mar por parte de Ucrania, sino que adicionalmente puede ocupar su territorio hasta el Dnieper y someter a Kiev, provocando la caída del Gobierno de Zelenski y su sustitución por un gobierno afín que apenas controlaría formalmente la mitad del actual territorio nacional ucraniano.
Nótese que para ello, está interviniendo no sólo desde territorio ruso contiguo a la frontera, sino también desde Crimea y Bielorrusia, en un ataque combinado terrestre y aeronaval. La superioridad, sobre todo aérea y naval de Rusia sobre Ucrania (a pesar de la clara mejora de sus capacidades terrestres y antitanques), será decisiva y probablemente estamos ante una cuestión de pocas semanas, en el mejor de los casos, que fuerce un armisticio que, en la práctica, signifique la rendición y el sometimiento de Ucrania y su desaparición como país soberano e independiente.
No disponemos de la bola de cristal para adivinar a partir de ahí los pasos siguientes, pero podemos aventurar una hipótesis adicional que preocupa desde hace tiempo a la OTAN.
Me refiero al llamado corredor de Suwalki. Se trata de un corredor de apenas 100 km, que conecta Kaliningrado con Bielorrusia, a través de la frontera entre Lituania y Polonia. Es un corredor estratégico por ello, pero también por ser la única conexión terrestre entre las repúblicas bálticas y el resto de la OTAN y la UE. Su control por parte de Rusia (con el pretexto de proteger el acceso por tierra a Kaliningrado) supondría un enorme problema para defender las repúblicas bálticas, ya que las vías navales pueden bloquearse fácilmente desde Kaliningrado, donde se ubica la base militar de Baltiysk. Y sería una seria advertencia a la OTAN si ésta avanzara en la integración de Finlandia y Suecia.
A partir de ahí, una eventual ocupación de las repúblicas bálticas sería cuestión de horas. Y la respuesta de la OTAN militarmente complicada si se quiere evitar una confrontación total con Rusia en todos los frentes.
Por ello, en ese contexto, cabe la duda de si la amenaza y la determinación por parte de la OTAN de aplicar el artículo V del Tratado de Washington, según el cual cualquier agresión a un Estado miembro será considerada una agresión al conjunto y debe ser respondida por parte de todos, sería suficiente para disuadir a Rusia en su política de hechos consumados.
De hecho, una vez neutralizadas Ucrania y Moldavia y con Bielorrusia a sus órdenes, a Putin sólo le quedarían los países bálticos para recomponer el territorio de la antigua Unión Soviética.
Habrá que estar muy atentos, pues, a movimientos en torno al corredor de Suwalki. Porque a pesar de estar ante un acertijo, envuelto en un misterio dentro de un enigma, la interpretación de Putin sobre el interés nacional de Rusia nos obliga a contemplarlo.
Es evidente que hablamos de palabras mayores. Y que cualquier planteamiento racional descartaría tal movimiento por parte de Rusia, ante el riesgo claro de ir más allá de las sanciones y entrar en la confrontación militar directa. La OTAN no podría permanecer sin actuar en tal sentido, si quiere mantener su credibilidad como Alianza y su carácter disuasorio. Además, la señal a China sobre las consecuencias de una agresión militar para lograr la integración de Taiwán, harían que ésta fuera mucho más probable, iniciando así la expulsión de Estados Unidos del continente asiático y abandonando sus compromisos con sus aliados en la zona, como Japón, Corea o Australia. Pero es algo que, vista la absoluta falta de escrúpulos y de contención de Putin, conviene incorporarlo al análisis de lo que pueda devenir.
En definitiva, está en juego un nuevo orden mundial sustitutivo del orden liberal internacional que hemos vivido en Occidente desde Breton Woods y en el conjunto del planeta desde la derrota soviética en la Guerra Fría de la segunda mitad del siglo pasado. Y que las nuevas reglas del juego vengan dictadas por autocracias cuya actuación viene guiada por su capacidad para usar la fuerza y su absoluto desprecio por la legalidad internacional.
Eso es lo que puede suceder. Y para verlo no hace falta ninguna bola de cristal.
Imagen: Raúl Arias