¿Con quién está India?
Si Modi aspira a convertir a India en una superpotencia como EEUU o China, deberá hacerlo sobre la base de una inteligente geometría variable de alianzas, sin prescindir ni subordinarse a nadie. No es el caso, por ahora. El supremacismo ultranacionalista suele ofuscar las mentes.
La invasión rusa de Ucrania ha puesto de relieve muchas derivadas en el orden geopolítico global y en la posición ambigua de determinados países, como China o Turquía. Lo hemos ido siguiendo en estos Apuntes. En esta ocasión, vamos a tratar de interpretar la especificidad desconcertante de la política exterior de India.
Churchill atribuía la clave para entender a Rusia a su secular manera de interpretar su interés nacional. Probablemente, esta sea la vía también para entender a India.
Por una parte, después de la caída de la Unión Soviética, India se ha ido aproximando a Occidente y, en particular, a Estados Unidos. El fortalecimiento del QUAD (diálogo cuatripartito entre ambos países, Australia y Japón), con el objetivo de garantizar la libre circulación marítima en un Indo-Pacífico libre y abierto –incluyendo maniobras navales conjuntas en el golfo de Bengala–, es el ejemplo más claro. Esta alianza cada vez más robusta ha sido correctamente interpretada por China como un mensaje contundente frente al expansionismo agresivo chino en toda la región y, particularmente, en el estrecho de Taiwán, el mar de China Meridional y el acceso al estrecho de Malaca.
Sin embargo, India y China, enemigos históricos y con recurrentes disputas fronterizas, algunas muy recientes, coinciden en su posición frente al conflicto en Ucrania, negándose a condenar la invasión rusa, aunque tampoco la avalen. Y ello, a pesar de las presiones estadounidenses para que India se sitúe en el bando de las democracias y sus valores y se sume a las sanciones impuestas por Occidente, en las que participan Australia, Japón y otros países de la región.
Es cierto que la ambigüedad india y la negativa a las sanciones es compartida por otros países como Indonesia, Pakistán o Brasil, por distintas razones. Ello está permitiendo a la propaganda rusa difundir la idea de que los países más poblados del mundo no comparten la actitud de Occidente y que su pugna es solo con la OTAN, en una narrativa que, compartida por China, viene a explicar la intervención militar por la amenaza que la Alianza puede suponer para la seguridad de Rusia.
Tal narrativa simplifica enormemente la complejidad de las distintas reacciones. En el caso de India, las cosas son mucho más matizables, como igualmente lo es con China. Están en juego sus intereses nacionales estratégicos a largo plazo. Por ello, coincidir con China o con Pakistán ahora no implica un cambio en la tradicional hostilidad de sus relaciones y, mucho menos, en su política de alianzas.
«Para India, coincidir con China o con Pakistán en Ucrania no implica un cambio en la tradicional hostilidad de sus relaciones y, mucho menos, en su política de alianzas»
Es cierto que India tiene intereses económicos evidentes en este conflicto. La relación histórica con la URSS, primero, y con Rusia después, explica fuertes los vínculos comerciales actuales, que incluyen el suministro de sistemas sofisticados de armas para sus submarinos de propulsión nuclear, misiles hipersónicos y otros equipos militares –el 60% de las importaciones indias de armas provienen de Rusia–. Sucede lo mismo con el suministro de petróleo a bajo coste. La relación bilateral viene de la independencia del Imperio británico y la voluntad de India de encabezar el vasto proceso de descolonización después de la Segunda Guerra Mundial, tanto en Asia como en África, impulsado, entre otros, por Nehru, padre de la patria, después del asesinato de Gandhi.
El protagonismo indio en el Movimiento de Países No Alineados –objetivamente sesgado en favor del bloque soviético– forma parte de esa relación con Moscú, que se retroalimenta por la alianza entre Pakistán y China, enemigos ancestrales de India, y que busca compensar con un vínculo estrecho primero con la URSS y luego con Rusia. No en vano, un 40% de indios apoya la invasión de Ucrania y más de la mitad tiene buena opinión de Vladímir Putin, que se sitúa solo un poco por debajo de la percepción que tienen de Volodómir Zelenski. Cabe pensar que el primer ministro indio, Narendra Modi, se siente más próximo a Putin, dada su concepción ultranacionalista.
De hecho, India no quiere contribuir, mediante el aislamiento y el empobrecimiento de Rusia, a que Moscú acabe definitiva e irreversiblemente bajo la influencia de Pekín. Así se entiende que quiera facilitarle a Rusia incluso medios de pago alternativos bilaterales en sus propias divisas que disminuyan esa dependencia. Al mismo tiempo, India quiere mostrar su autonomía estratégica y que solo responde a sus intereses, aunque eso lleve a posiciones aparentemente contradictorias y poco coherentes entre el corto y el largo plazo.
India argumenta que, con la retirada abrupta y unilateral de Afganistán, con el retorno de los talibán y reforzando el papel de China y Pakistán en Asia Central, EEUU y la OTAN no tuvieron en absoluto en cuenta las preocupaciones de seguridad indias, incluido el terrorismo islamista. No le falta buena parte de razón.
«India no quiere contribuir, mediante el aislamiento y el empobrecimiento de Rusia, a que Moscú acabe definitiva e irreversiblemente bajo la influencia de Pekín»
Sin embargo, no debemos quedarnos en los argumentos más o menos coyunturales. La razón más importante está en la naturaleza del proyecto político del BJP (Partido Popular de India) encabezado por Modi. Hablamos de un proyecto nacional basado en el predominio de la “indutva” o “hinduidad”, como elemento constitutivo sustancial de la nación india, extremadamente compleja con una enorme diversidad étnica, cultural, religiosa y lingüística, pero que debe subordinarse a la identidad entre la nación y su componente hindú.
Los hindúes representan el 80% de la población de India, aunque a pesar de la división de las Indias británicas entre India y Pakistán (y Bangladesh), por motivos básicamente religiosos, la población musulmana en India sigue siendo enorme –unos 200 millones–, además de sijs, cristianos, budistas y otras minorías.
El proyecto nacional de Modi es muy distinto al que representaron Gandhi y Nehru y el Partido del Congreso Nacional. Aunque ideológicamente distintos, ambos líderes creían en un Estado indio multirracial, multirreligioso y laico que, mediante el progreso, iba a ir diluyendo las diferencias ancestrales del país, incluyendo el milenario sistema de castas que sigue persistiendo y que hace que su democracia se exprese formalmente en lo político, pero no en sus relaciones sociales, caracterizadas por el hiperclasismo, la represión de los derechos de las mujeres y la persecución religiosa. De hecho, solo un 6% de indios se casan con miembros de otra casta. Y los dalit (intocables) siguen siendo duramente reprimidos y perseguidos. Poco que ver, pues, con una democracia homologable y respetuosa con la Constitución.
Esto explica por qué Modi habla de la necesidad de recuperar el pasado glorioso de India, después de “mil años de esclavitud” por el dominio musulmán primero (incluyendo el imperio mogol, uno de los más importantes, duraderos y extensos del mundo, descendientes del gran Tamerlán) y, desde el siglo XVIII, por la progresiva irrupción de la Real Compañía de las Indias Orientales y, ya en el XIX, por la dependencia directa del Imperio británico.
Este proceso de recuperación nacional de Modi está basado en la historia y, conceptualmente, no es muy diferente al de China, después del “siglo de la humillación”. Sin embargo, implica una apuesta por el supremacismo hindú y la represión brutal de los musulmanes y del resto de minorías. Se trata de darle un “sentido nacional”, homogéneo y con proyección hacia el exterior cada vez mayor, en un ejercicio de “áreas de influencia”, que reconozca su carácter de gran potencia en el subcontinente asiático, pero también en América Latina o, en menor medida, en África. El proyecto es compatible con un feroz proteccionismo en lo económico, como se ha visto recientemente con su abrupta retirada del RCEP (Asociación Económica Integral Regional), impulsado por Japón y China.
«Los resultados electorales avalan la fortaleza del proyecto de Modi que, de forma cada vez más explícita, afirma la unidad de la nación sobre la base de la exclusión de una quinta parte de sus ciudadanos»
Por el momento, los resultados electorales avalan la fortaleza y consistencia del proyecto de Modi que, de forma cada vez más explícita, afirma la unidad de la nación sobre la base de la exclusión de una quinta parte de sus ciudadanos. Un ejemplo de ello ha sido la supresión de la autonomía de Jammu y Cachemira, con población mayoritariamente musulmana.
En cualquier caso, hablamos de una potencia regional, ya que no puede aspirar aún a ser una superpotencia global como EEUU o China. Para ese propósito, debe proseguir su crecimiento económico y de renta per cápita, en un país que muy pronto será el más poblado del mundo y que sigue manteniendo unos niveles inasumibles de miseria y pobreza. Ciertamente, India se está convirtiendo en una de las principales “fábricas del mundo”, y dispone de sectores tecnológicamente muy sofisticados y un creciente soft power, además de ser una potencia militar con armamento nuclear. Pero le queda un larguísimo camino por recorrer y, para ello, no quiere prescindir de nadie, pero tampoco subordinarse a nadie.
Para ello, no obstante, India necesita a Occidente más que nunca. Por consiguiente, tiene que acompasar su autonomía estratégica con sus intereses económicos y de seguridad a largo plazo, un juego a varias bandas que tiene sus límites y sus riesgos.
Rusia puede dejar de ser para India un socio estratégico relevante, máxime si cae bajo la dependencia china. Pekín, con su política de la Franja y la Ruta –que claramente obvia a India, tanto por tierra como por mar, cercándola con su presencia en Myanmar y Bangladesh en el golfo de Bengala, Sri Lanka y Pakistán–, seguirá siendo su principal adversario y competidor en su entorno y en el Sureste Asiático. De ahí que sea esencial fortalecer su relación con los países del golfo de Bengala y, en general, con ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) y Australia. Y, desde luego, con EEUU y la Unión Europea.
Por todo ello, y para evitar errores, es muy importante que Occidente interprete correctamente la naturaleza del proyecto político indio. India no es como Occidente desearía. Tampoco piensa como pensamos los occidentales. Es otra cosa muy distinta. Dicho de otro modo, siguiendo su tradición, India no quiere alinearse explícita y definitivamente con ningún bando. Tampoco con unas democracias cuya naturaleza liberal no comparte.
Muchas piezas, pues, en el tablero. Es verdad que todos los imperios se han construido sobre la geometría variable. Los más duraderos son los que la han ejercido, más allá de la fuerza militar, con destreza y visión estratégica e integradora. Como hicieron los romanos, la monarquía hispánica o los mogoles durante siglos. No parece el caso. El supremacismo ultranacionalista ofusca las mentes.